Aunque no te hayas ido, mi amor.


Sufro por tu ausencia aunque no te hayas ido. Sufro porque sé que te irás. Siento el presagio de nuestro desenlace a cada momento y en todos los instantes de nuestra ordinaria cotidianidad. El mensaje de buenos días que ya no amanece en mi bandeja, la llamada esperada que al final no llega, las horas que gasté sentada, maquillada y emperfumada mirando a través de la ventana anhelando ver tu silueta, mientras observaba insistentemente el reloj cansado, que con mirada lastimera me decía que no ibas a llegar. Otra vez, una vez más.

Pero qué tonta, me dicen todos. ¿Cómo sigues esperando tanto de alguien que sabes que no puede dar nada? ¿Por qué sigues esperando afecto de quien está por dentro vacío y carece de sentimiento alguno? ¿Por qué sigues creyendo las mentiras a quien te ha engañado una y otra vez? ¿Por qué sigues siendo tan ingenua e inocente? ¿Por qué no aprendes, NIÑA?

Quisiera decir que tengo las respuestas a cada interrogante, pero yo solo puedo responder: porque tengo fe. Fe en que los momentos compartidos calentaron de alguna manera su frío corazón. Fe en que aún quedan sentimientos dentro de su dura corporalidad. Y sobre todo fe de que los tiene hacia mí. A mí que he calmado su llanto y secado sus lágrimas. A mí que he sacrificado mis días felices por esperarlo. A mí que he estado a su disposición. A mí que lo he escuchado cuando ha querido desahogarse y quien lo ha sostenido cuando se ha sentido caer. A mí, que le he entregado todas las atenciones, amor, afecto, mi cuerpo y mi alma, sin esperar ninguna otra recompensa más que afecto, cariño sincero y leal, amor.

Ya no sé qué más dar, porque ya no puedo. Mi amor propio y mi paz son míos, y a nadie se los cedo. Ni siquiera a ti. Es eso lo único que ahora me queda, pero no te los puedo entregar. Si era eso lo que querías llevarte de mí, lo siento. Déjame con el corazón cansado y el alma partida, déjame con el sinsabor del despecho en la boca, y con el malestar de la traición y la mentira, y déjame a mí con mi soledad, porque más no puedo darte. Siento mucho por ti, te protegería y te cuidaría por encima de todo y todos, excepto de alguien: de mí. Darte más sería como degollarme en un campo abierto y esperar a que me destrozaran las aves rapaces, que como tú, gozan de llegar a un cuerpo sin alma, satisfacerse e irse sin importar más. No quiero que me desvanezcas entera, no quiero que te quedes con más parte de mí.

Sufro porque aunque no te has ido, sé que no seremos más; me voy porque si me quedo contigo, me perdería para siempre. 

Son cosas que pasan. 



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